miércoles, 28 de abril de 2010

Amapola, primavera I

Un caleidoscopio
me mira y me sonrie
desde el recuerdo dorado
de una playa de arenas negras,
aguas azules turquesa;
como un bluetropic
de mi paladar resentido
de las tónicas
y metódicas,
monocromáticas
del gradiente gris
gris perla
de la sonrisa almibarada
de una criatura
demasiado bella
para esta tierra.

Se volvió humo
nieve,
ventisca del desierto
arena en los ojos
no quedó nada
la duna lo sepultó;
la marea subió y consigo
se llevo los restos
del mástil de proa
que zozobra
después de remontar
desde el fondo farragoso
del musgo
de la caverna oscura
que permite descubrir
la luz
que se filtra
desde la grieta de la sima.

Y no queda invierno
ni camino
ni sombra
sólo
el sol resplandece
entre el tamiz
del polen cáustico
de la polución
humana y pululante,
deambulante;
y en sus diamantes,
reflejo de la perla,
gris perla,
del fondo del oceano
ya no me duelen los inviernos;
aprendí a soportarlos
a base de caídas.

¿Qué me respondes
ahora,
margarita,
amapola?

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