jueves, 17 de junio de 2010

En son temps

Cada paso, letal y sinuoso como la daga de un asesino, espera a la vuelta de la esquina para atenazar el camino con la mezcla agridulce del triunfo y el fracaso, unidos en una trenza retorcida con la vida misma que desde la raíz de una estéril semilla caída en la mole yerma del hormigón y la piedra secular no tiene esperanza alguna de crecer tras afianzarse con los mínimos recursos de los que disponía para cultivarse. 


Cada suspiro, entralazado con las pestañas caídas y derrumbadas en mil y una noches naranjas en las que se busca, a base de cuentos, falacias y mentiras, salvar el propio cuello frente al capricho repentino de quién no ha de lamentarse porque el mañana no se ilumine en el horizonte, por salvarse de la misma ponzoña que afecta los pozos y los sumideros de las ciudades perdidas de la memoria de la historia.

Cada esquirla de hielo que se forma en el vaso roto de la autocondescendencia en las esquinas más húmedas y tenebrosas de cada mente se agazapa esperando su momento la acritud acumulada durante los años, en cada evento hueco y sin sentido, en cada gesto amable dedicado a un desconocido que levanta ampollas en el fuero interno; por cada sonrisa hipócrita lanzada al azar y al viento hacia todos aquellos que desean el mal y fingen anhelar el bienestar. 

Cada amanecer, cada hoja del árbol místico de la sabiduría que encontré y añadí a mi compendio mágico, cada sombra que se proyectó sobre mi avance, lastrándome los tobillos intentando derribarme; cada uno de los que decidieron dificultar mi camino, cada uno que decidíó cambiarme con un tiquet regalo por algo más sencillo y más habitual; todo queda en la botella de la experiencia, una caja de música que basta con levantar la tapa para escuchar su melodía. 

Mi caja de música siempre se abre a su debido tiempo, recordándome que cada paso, cada esquirla, cada sonrisa hipócrita es una nota de la melodía de su música que nunca he de olvidar, y si he de hacerlo, todo a su debido tiempo.