lunes, 30 de agosto de 2010

Presente, hoy, ahora

Hoy me he descubierto, de repente, retomando el camino hacia el horizonte, sin volver a mirar los pasos que dejé atrás, como estelas blancas sobre la mar serena de un anochecer en la playa, con sal, con arena, con pic-nic y con la mirada serena de las estrellas agazapadas, esperando su momento para aullarle a la Luna Oscura.

Hoy me he descubierto como quien descubre el eslabón perdido entre la cadena retorcida de la Evolución, mirando hacia un sol rojo que aún duele en mis pupilas. Sin embargo, su brillo parece ser lo que posee el sentido y, todo lo demás, sólo conjeturas de un anciano demente bailando sobre las cuerdas de la melancolía.

Hoy me he descubierto saltando hacia delante, enterrando el pasado, alabando el presente y anhelando el futuro en los brazos del Mundo, mecida como en el sueño de un jardín utópico. Hoy el cristal reflejaba sólo la luz, las sombras se vieron diluídas en el agua que desaparece remolona por un sumidero. Hoy el sol no se ha ocultado tras las nubes, hoy el horizonte no se oculta tras los esqueletos de piedra de las montañas de la memoria.

Hoy, ahora, presente.

lunes, 9 de agosto de 2010

Le été, cette saison du folie

Pablo llegó a mi como las gaviotas llegan al puerto al ocaso, en busca de la carroña que los barcos pesqueros dejan en las aguas pastosas y refulgentes. Y como una de esas gaviotas, levantó con su pico todas las capas pútridas que el tiempo había ido depositando en mi alma, a base de rencores, injurias y puñales enquistados por la espalda.

Pablo llegó a mi como la brisa del óceano que azota el rostro curtido del lobo de mar mientras su navío se desvía de su ruta hacia las agrestes rocas en mitad de la tormenta, sin poder esquivarlas, sin más remedio que la resignación al choque inminente.

Pablo llegó a mí como lo hace el camino entre las dunas del desierto flamígero de la soledad y la desesperación hacia el oasis de la redención. Y fue en ese esquivo lugar, en el que todos los recuerdos del tiempo dorado que se acumulaban en mi memoria se diluyeron como los espejismos que la calima había puesto ante mis ojos.

Pablo llegó a mi como la brisa de agosto en la noche, fría, aliviando el tórrido calor de las noches de verano.

Pablo llegó a mí con la misma celeridad que lo hace una ola repentina, con la misma celeridad de la centella en una tormenta.

Pablo llegó a mí y se fue antes de que pudiera remediarlo.