lunes, 23 de marzo de 2009

Pinktology

Nunca había visto un color tan bonito como ese. Ese brillo radiante de mil estrellas dentro de sí, los pequeños cristales como pequeñas fracciones del rubor de una joven inocente e íntegra.
Un color que alejaba las penas del corazón y se las llevaba lejos, muy lejos, volando entre las volutas tóxicas de los tubos de escape de los coches. El color que toda persona siente acercarse cuando las cosas comienzan a mejorar de forma repentina.
Pena que nunca haya visto ese color, ese mágico color capaz de levantar los pies de las aceras marchitas de las ciudades perdidas para llegar hasta Utopía, donde nada ronda siniestro apostado en las sombras y solo el rosa, el pomelo mágico de aquella saga épica, puede reinar.
Ese mágico rosa, que contenía toda la esencia de los rosas más dispares, por el que perder el juicio cegada por un instante en el rubor de su brillo, en la gloria de sus formas perladas como los labios semi abiertos de la lujuria en el alba. El color que hubiera sido capaz de convertirme a una nueva religión basada en el optimismo y la confianza.
Qué pena que no llegara a ver ese color, que mis lágrimas no saltaran al contemplar su belleza, que quedara del mismo color que las farolas nocturnas que recuerdan a los mosquitos libelularios dónde han de morir por acercarse más de lo debido a la luz.
Pena que nunca haya visto un color tan hermoso como ése.

No hay comentarios: