lunes, 24 de noviembre de 2008

Dime

Dime: ¿dónde quedaron las lágrimas? ¿Dónde quedó el lamento por tu inesperada partida?
Siento el latido de tu corazón al otro lado de la puerta de esta casa que tan prematuramente ocupaste. Siento como el mío se acalla con el murmullo de las hojas secas que revolotean con el viento húmedo y frío de finales de noviembre.
De nuevo un 23. Un 23 cualquiera, un 23 como el de cada mes. Convergencia y divergencia que se aunan en un número primo. Ese 23 que se ha quedado encerrado en las puntas de mis dedos por el frío del mármol blanco, ese 23 en el que soplar velas cada año.
Retiro las flores secas, las mismas que hace a penas un mes yo te dejé en el dintel de tu puerta, mientras con ellas se retiran las espinas que ya no dejan heridas supurantes.
Siento tu calavera sobre mi hombro. Te pregunto ¿soy o me diluí en la ceniza? ¿Soy o me perdí en el silencio de tu corazón? ¿Soy o he dejado de ser, proyectándome como una sombra que deambula detrás de meras quimeras?
Pero tú no estás ahí.
Pienso que no pensaste en mi en la última instancia.Pienso que si hubieras pensado en mi quizá hubiera temblado tu pulso y no hubieras sido tan elocuentemente preciso. Pienso que si no me hubieras conocido nunca hubieras sido capaz de tomar este tipo de decisiones y prefiero no pensar en qué motivos tomaste de mí para envalentonarte hacia la cuneta cubierta de las hojas ocres del otoño.
12. A las 12 sale el autobús de regreso a la normalidad, a la vida frívola en la que todo va bien y en la que tu llamada puede sonar a cualquier hora, con tu voz ligeramente temblorosa al otro lado del auricular, recordándome lo bien que estuvimos la última vez que nos vimos y las ganas que tienes de que nos volvamos a ver.
Pero ese mundo ya no existe. No al menos para mí. Mi último tren se fue contigo, abriendo un gran andén entre el vagón y la estación en la que permanecí de pie, como una estatua de sal esperando a la lluvia que me disolviera y me llevara por las alcantarillas hacia un viaje interior, para finalmente llegar al mar donde diluírme y renacer libre bajo el sol.
El viaje. Pensaré que es mejor así, colocaré mi mejor sonrisa en mi rostro y tendré dispuesta en la recámara una carcajada a la mayor simpleza que se me presente. Borraré de mis dedos el tacto de la puerta de piedra de tu prematura morada. Aliviaré el asma que me suponen las letras grabadas aún sobre mis labios después del beso fugaz que te ofrecí como la ofrenda de una Vestal. Y lo más importante, fingiré que todo va bien, que los puntos de sutura y las tiritas que mantenían unido mi corazón no se han despegado como una tira de cera.
Pero antes de decirte adiós, dime: ¿dónde abandonaste la esperanza que me habias entregado altruístamente? ¿Dónde podré encontrar un recipiente que recoja las lágrimas de mi alma para que caigan sobre tí en forma de lluvia en el Paraíso?

2 comentarios:

Nerea Ferrez dijo...

ya sabes que yo seré tu recipiente hasta que encuentres la vasija que se amolde a tus aguas y seré tus alas hasta que alguien sepa regalarte una nuevas

E.A.V. dijo...

Muchas gracias nena!! Pero bien sabes que mi jarrón tiene una estrecha morada en la que no debería estar, una morada que nadie visita y que hace pesar el alma.