La lluvia cae sobre la ciudad.
Apenas ha anochecido sobre las aceras marchitas pero las primeras luces de las ventanas adyacentes comienzan a encenderse: la casa de aquel profesor de universidad, de paredes tapadas por cientos de libros, la ventana abierta de la cocina de la maruja del 4º izquierda preparando la cena, los estores entrecerrados del vecino fisgón apostado al otro lado del cristal esperando... Una noche cualquiera, sin excepción... Sin embargo, hay algo extraño.
Mi mente recorre las luces titilantes de esta pequeña colmena buscando lo que no encaja en ellos como un ejercicio de memoria. Algo no cuadra...
Una luz falta, la luz que siempre más brilla entre todas las demás cuando llego a mi apartamento. Sus lámparas halógenas enmascaran a los fluorescentes de cocina y las lámparas de ahorro de energía. En la hermosa casa sólo hay oscuridad.
Nunca había visto a sus habitantes. Tampoco he querido. Me gusta más imaginar qué tipo de personas pueden vivir allí. Sin embargo, hoy no hay luz y en mi conciencia se golpea la sensación de que algo va mal al otro lado.
Un diminuto punto de luz se enciende al otro lado, posiblemente la pequeña llama de un mechero. Mi esperanza se dispara: puede que sólo haya sido un corte en la red eléctrica. Retrocedo un paso con temor. Quizá al fin descubra quién vive allí; no estoy segura de querer saberlo.
Aún así me relanzo hacia la ventana, con la curiosidad imperante como única guía. La habitación se ve iluminada por el haz amarillento de una linterna. No es el único foco de luz. Las farolas anaranjadas deja ver algo más, el lado oscuro de la situación. El Caos.
Todo está desordenado, fuera de lugar. El contenido de los cajones, caótico, extendido sobre las alfombras, las estanterías desnudas de sus libros habituales... Mi mano tiembla mientras marco el 091. Todo apunta a un desalmado ladrón dispuesto a llevarse el hogar y la vida de esa pobre gente. Mi voz suena entrecortada cuando informo de lo que estoy viendo.
El chasquido del teléfono aún resuena en mis oídos cuando el haz de luz apunta hacia mi ventana. Retrocedo con temor al verme descubierta. Me resguardo en la creciente oscuridad de mi apartamento, mientras mis piernas aún tiemblan.
El silencio que ha dejado mi entrecortada respiración se rasga con el sonido de los golpes en la puerta. Tac, tac, tac...
Apenas ha anochecido sobre las aceras marchitas pero las primeras luces de las ventanas adyacentes comienzan a encenderse: la casa de aquel profesor de universidad, de paredes tapadas por cientos de libros, la ventana abierta de la cocina de la maruja del 4º izquierda preparando la cena, los estores entrecerrados del vecino fisgón apostado al otro lado del cristal esperando... Una noche cualquiera, sin excepción... Sin embargo, hay algo extraño.
Mi mente recorre las luces titilantes de esta pequeña colmena buscando lo que no encaja en ellos como un ejercicio de memoria. Algo no cuadra...
Una luz falta, la luz que siempre más brilla entre todas las demás cuando llego a mi apartamento. Sus lámparas halógenas enmascaran a los fluorescentes de cocina y las lámparas de ahorro de energía. En la hermosa casa sólo hay oscuridad.
Nunca había visto a sus habitantes. Tampoco he querido. Me gusta más imaginar qué tipo de personas pueden vivir allí. Sin embargo, hoy no hay luz y en mi conciencia se golpea la sensación de que algo va mal al otro lado.
Un diminuto punto de luz se enciende al otro lado, posiblemente la pequeña llama de un mechero. Mi esperanza se dispara: puede que sólo haya sido un corte en la red eléctrica. Retrocedo un paso con temor. Quizá al fin descubra quién vive allí; no estoy segura de querer saberlo.
Aún así me relanzo hacia la ventana, con la curiosidad imperante como única guía. La habitación se ve iluminada por el haz amarillento de una linterna. No es el único foco de luz. Las farolas anaranjadas deja ver algo más, el lado oscuro de la situación. El Caos.
Todo está desordenado, fuera de lugar. El contenido de los cajones, caótico, extendido sobre las alfombras, las estanterías desnudas de sus libros habituales... Mi mano tiembla mientras marco el 091. Todo apunta a un desalmado ladrón dispuesto a llevarse el hogar y la vida de esa pobre gente. Mi voz suena entrecortada cuando informo de lo que estoy viendo.
El chasquido del teléfono aún resuena en mis oídos cuando el haz de luz apunta hacia mi ventana. Retrocedo con temor al verme descubierta. Me resguardo en la creciente oscuridad de mi apartamento, mientras mis piernas aún tiemblan.
El silencio que ha dejado mi entrecortada respiración se rasga con el sonido de los golpes en la puerta. Tac, tac, tac...