El año se me escapa entre los dedos. Las últimas horas de este año desigual, en el que todo estaba en el 19, me recuerdan el sabor agridulce de las derrotas y las victorias. Estas últimas horas que, contrarreloj, marcan el final o el principio, del fin o de un nuevo comienzo.
No soy capaz de hacer compendio retrospectivo de todo lo que el 2008 ha sido para mí, ni tampoco voy a intentarlo. Simplemente, me alejaré de toda comunicación hasta que este año acabe, hasta que el nuevo horizonte me deje ver el sol detrás de las nubes y las montañas de un extrañísmo año que a duras penas he sido capaz de abarcar.
Cumpliré con todas las ridículas tradiciones supersticiosas y felicitaré el año con la hipocresía chirriante de la repetición y las reestrenadas sonrisas después de mi renovada coronación como Reina, aún por decidir de qué.
De todos modos lo importante es hacer cualquier cosa, obrar el milagro del ojudo para dejar atrás el 2008 y esperar, anhelante, a que el 2009 sea un poco menos extraño, con eso me conformo.